domingo, 20 de abril de 2008

Mi planta preferida

Tengo una planta de ají que cuido con mucho esmero. Todos los días la riego y la coloco en la escalera que da a mi cuarto. Cuando el ají ya está maduro, lo corto y preparo un buen guiso picante. Me encanta el ají que cultivo.
Pero, en estos días estoy triste y desganada. Ya no me gusta vivir aquí. Y es que en el momento que uno busca soluciones, nunca las encuentra. Al contrario, todo se acorta. Por eso, busco apoyo en el mar, que ayuda mucho a pensar. Allí veo que hay mucha paz, y eso me da tranquilidad, por lo que decido no vivir nunca más en la ciudad. Me mudo a una playa desierta. Allí armo una choza en donde coloco mis frazadas, almohadas, algunos libros y cosas personales que cargo en una caja. Y, por supuesto, mi ya conocida planta de ají. Pero estoy sola en esa playa, y la tienda está muy lejos. Entonces decido hacer un huerto. Cultivo zanahorias, zapallos, apio y algunas hierbas para hacer la sopa. Realmente es admirable como crecen estas plantas en la arena. Incluso cosecho papas y camotes.
Y así, voy ampliando mi gama de cosechas hasta que puedo hacer un gran huerto con diferentes productos. Pero tanta comida me queda grande para mí sola, por lo que decido regalar esos productos a la gente de la ciudad que necesita alimentarse.
Entonces, por primera vez en varios años, tengo que regresar a la ciudad, pero me doy la sorpresa que todas las personas tienen un huerto en sus casas. Cultivan muchos productos, incluso maíz. La siembra y cosecha de verduras y frutas son comunes en todas partes. Los parques están floridos y con frutos dulces. Es asombroso. Ya nadie tiene que pagar por estos productos. Todo es gratis. Veo que las personas están satisfechas, por lo que regreso con mis verduras a la playa desierta y sigo mi vida, al borde de la orilla. Allí puedo meditar y escribir algunas cosas que algún día las publicaré. Espero que sea más tarde que nunca, porque quiero seguir aprovechando del mar y de la brisa.

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